Serie: Cuentos de Verdad
Domingo 7 de junio de 2020 –

Soraya Sánchez, Productora

PENSÉ despedirme sin muchas palabras, pero es que sus aventuras merecen ser contadas. En mi familia y entre muchos de nuestros amigos, existe un cúmulo de anécdotas con Nikita como protagonista.

Empezaré por mencionar que vivíamos en una urbanización de Dorado con hermosos lagos en los cuales pululaban cisnes y patos. En una de sus escapadas, Nikita llegó con una de estas aves en la boca, moribunda. La intención de nuestra perra era solo jugar con ese amigo de la vecindad, pero en el proceso lo hirió de muerte. Cabe destacar que el funeral tuvo un costo económico al igual que nuestra obligación de reponer al occiso.

El incidente le creó a Nikita una fama  desagradable en el sector donde residíamos porque tan pronto descubrían que ella volvía a huir, sonaba en la zona todas las alarmas de terror. Le encantaba esa persecución… a sabiendas de que, al final, la llevaríamos de regreso a casa.

No mordía, pero a Nikita no le gustaba el contacto físico con los demás. De hecho, sus personas favoritas solo fuimos nosotros, su familia.

Años después, en nuestra aventura californiana, recién llegados a esos lares, nuestra traviesa mascota nos inauguró comiéndose ¡un muffing de Cannabis! Naturalmente, a toda carrera la llevamos a un centro de Emergencia. Y yo, muerta del miedo, imaginaba que me reportarían y me arrestarían por tener ese tipo de drogas en el hogar. Poco tiempo después, supe que su uso es legal en California.

En otra ocasión, se nos perdió en uno de los cañones aledaños a la casa; de esos donde abundan los venados, culebras y coyotes. Casi le hicimos un velorio. Los vecinos nos decían que no sobreviviría, pero ella regresó tres días después… Maloliente a monte, a terreno sin cultivar. Nikita llegó feliz de su travesía sin un rasguño, como prueba de que no tuvo la necesidad de luchar por su vida. Otro día tuvo un encuentro ¡con un zorrillo! que le dejó plantado un terrible y desagradable aroma.

Hacía algunos años que había perdido uno de sus hermosos ojos a causa de glaucoma, pero eso no le impedía disfrutar la vida y continuar adelante con sus peripecias. Así era Nikita, guerrera, impulsiva, valiente, noble, única y con mucha fuerza de carácter.

En los últimos tiempos disminuyó la energía para emprender la fuga. Ya no tenía el mismo ánimo y su cuerpo no le respondía. Pero luchó y luchó hasta hoy. Justo el mismo día, hace dos años, cuando nos despedimos de Luiggi, su compañero del chiringui. Nikita, por cierto, tenía 17 años cuando falleció. Prolongó su periodo de vida más allá de lo que viven la raza Huskie, según nos informó el veterinario.

Hay una leyenda que cuenta que una vez al año, el día de la partida de una mascota, su espíritu regresa a compartir en esa fecha con sus amos. Estoy convencida de que cuando el espíritu de Luiggi regresó a casa por algunas horas, ésto fue lo primero que pensó: “Te vas conmigo, estas echa un desastre, ellos van estar bien”.

Así era Niki. De verdad que vamos a estar bien, te lo aseguro. Descansa en paz… mi inolvidable femme, Nikita.

(Editora: Helda Ribera Chevremont)